La idea de tener un tiquete que te llevará muy lejos de lo que consideras hogar es tan nostálgico como emocionante.
Y yo siempre me he creado todas las situaciones posibles en mi cabeza; prácticamente, ya he llorado por todo antes de que siquiera tenga la mínima posibilidad de suceder.
Viví en Bogotá, la capital de Colombia, más de 6 meses antes de tomar tal decisión. Tenía un trabajo de 9 a. m. a 6 p. m. (+ horas extras no pagas, pero bajo el concepto de "hay que meterle la ficha") en una reconocida agencia de publicidad (me gradué como publicista).
Era copywriter para "marcas grandes" de esas que te hacen creer que "haces algo grande". Mentira. O bueno, quizás sí: los bolsillos de dicha empresa o cliente.
A los 5 meses me fui dando cuenta de ello mientras sobre-trabajaba para que mis jefes no quisieran despedirme.
No todo fue tan malo como a veces lo pinto, conocí personas muy bonitas, reforcé una amistad con 2 amigos y éramos el trío dinámico para arriba y abajo. Bailé como nunca antes. Bebí cerveza como nunca antes (not too proud pero cuando de catar se trataba sí me parecía un arte). Y disfruté de mi soledad como jamás lo había hecho.
Siempre voy a tener en mente esas tardes, frente a mi gran ventana de Co-Living en Chapinero, fumándome un porro en mi cuarto y viendo el atardecer esconderse... ¿Cuánto dura el sol en desaparecer? No sé. No contaba el tiempo. Estaba tan presente que ese momento sigue siendo eterno.
Mi rutina era agradable, incluso aunque me quisieran hacer trabajar a veces de más. Me enfocaba mucho en mí y en disfrutar placeres sencillos de la vida. Incluso en una ciudad tan caótica.
— ¿Ya vas a hacer "La Beka"? — dijo una vez uno de mis jefes porque estaba recogiendo mis cosas a las 6 p. m. para irme a mi casa.
— Sí, yo sí tengo una vida. — pensé, pero no lo dije. Igual podía irme, era mi derecho. Y creo que era muy evidente que empezaba a aguantar menos en una cultura laboral tan explotadora.
No era lo que yo quería.
Mi mejor amigo de ese entonces llevaba unos 6 o 7 meses en Europa, se vino a voluntariar y a crear nuevas realidades. Él me contaba que no era tan difícil de hacer y me explicó todo.
Así que sin más vueltas, compré ese tiquete con unos ahorros que tenía de la universidad. '15 de mayo de 2023' decía.
A los 8 meses de vivir en Bogotá decidí renunciar y devolverme a mi ciudad bella, Cali. Estaría lo que restaba de mi tiempo en ese paraíso tropical con mi familia y conseguiría otro trabajo como copy en una agencia mediana de la ciudad.
Mi mamá estaba preocupada por mi viaje, pues voluntariar sonaba inestable. Y lo es, de cierta manera. Pero yo quería lanzarme a la aventura. Eso de "esperar a tener un buen puesto en una multinacional para viajar como turista con dinero" me sonaba lejano y cómodo. Yo quería retarme un poco.
Aproveché los últimos meses en Cali para ahorrar, buscar voluntariados, disfrutar, enamorarme unas cuantas veces más y romper mi propio corazón antes de irme. Todo valía la pena. Se venía un gran viaje. Mi propio camino del héroe (heroína en este caso), así me gusta verlo.
Y este es el antes que da apertura. El antes que tenía que soltar, que tenía que morir. Porque aquel 15 de mayo volví a nacer cuando lloré al son de las gotas que se pegan a la ventana del avión mientras despegaba.
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